τὸ νικᾶν αὐτὸν αὑτὸν πασῶν νικῶν πρώτη τε καὶ ἀρίστη
"La victoria de uno sobre sí mismo es la primera y la mejor de todas las victorias"

sábado, 27 de junio de 2009

Pedals de Foc 'Non Stop' 09

Como casi todo en la vida, cuanto mayor es el esfuerzo por conseguir una meta, mayor es la satisfacción y la euforia por el logro en cuestión. En ciclismo esta ecuación se puede multiplicar por diez. Además, la recompensa no termina con el fin logrado, sino que va aumentando paulatinamente durante las horas o días posteriores al hecho en sí. Queda claro que cuando esta premisa no se cumple y el sufrimiento supera al gozo y al entusiasmo, es mejor modificar los objetivos.

Allá por el km 60 de ruta que a continuación intento describir (a 170 del final), ya tenía muy claro que esta era la primera y última vez que iba a intentar completar la Pedals en su versión ‘Non Stop’, es decir, 230 kms del tirón. Demasiado madrugón, una tralla exagerada… A día de hoy, 24 horas después de acabar, pienso que es más que posible que los Pirineos vuelvan a verme disfrutar por sus caminos, senderos, pistas y no-pistas el año que viene.

Plasmadas estas consideraciones, los hechos que provocan este giro tan radical sucedieron de la siguiente forma:

Viernes, 26 de junio.-

Salgo en coche junto a Eduardo sobre las 7:00 am dirección Lleida con un porrón de ilusiones y también con unas buenas dosis de incertidumbre. Al meter las bicicletas en el coche me doy cuenta de que la rueda delantera de mi máquina está pinchada, así que aprovecho una parada para repostar gasolina para arreglarla.

Aunque el viaje es largo, vamos despacio ya que tenemos tiempo de sobra y hasta las 17:00 no se repartirán los dorsales. Los temas de conversación giran en torno a la ruta y a las dudas que nos genera tamaña empresa, aunque también Eduardo enriquece la charla con sus impresionantes aventuras de cicloturismo y con sus aún más impresionantes proyectos.

A las 14:30 entrábamos en Vielha, epicentro del Parque Nacional de Aigüestortes y Lago de San Mauricio, después de haber contemplado absortos la puerta de los Pirineos con sus gigantescas presas y sus maravillosos paisajes. Poco después, con el equipaje en la habitación y contempladas las espectaculares vistas que nos proporcionaba nuestro hotel, dejamos las bicis en su lugar de descanso y nos vamos al centro del pueblo a comer algo, estirar las piernas y descuadrar el trasero.

Las máquinas apunto de salir a rodar.

El pueblo, de unos 7.000 habitantes, está enclavado en el Valle de Arán, en pleno pirineo ilerdense. Sus edificaciones tienen la misma estructura visual, con sus cubiertas de pizarra y sus ventanas de madera, que dan al conjunto una sensación de unidad y recogimiento muy agradable. La iglesia de San Miguel, transición del románico al gótico, y situada en pleno centro, le da el toque histórico necesario a esta población fundada en 1970 por la unión de algunas aldeas de la zona.

Después del paseo y la comida, y visitados los lugares más céntricos, vamos en busca del macuto que la organización reparte. Dentro encontraremos el dorsal, el road book y el porta mapas para el manillar, y algunas barritas y geles típicos de estos eventos. Como el briefing estaba previsto para las 19:00 horas, nos vamos al hotel a montar el artilugio de navegación y dar los últimos retoques a las bicis.

Preparadas... Listas...

Durante la charla se explican las características de la prueba, las recomendaciones para superar 8 puertos con relativo éxito, las dos modalidades (oro y plata), y se da un repaso al road book haciendo hincapié en los puntos más conflictivos del recorrido. Y todo esto en castellano por primera vez, algo que se agradece para agilizar la reunión, ya que a las 20:00 se comenzaba a servir la cena. A las 22:00 horas, tanto Edu como yo nos encontrábamos buscando los brazos de Morfeo con el estómago a tope y el equipo y las bicis listas para el gran momento.

Sábado, 27 de junio.-

Ese instante llegaría con el toque de queda a las 3:30 am. Prácticamente saltamos de la cama como dos resortes y nos espabilamos con una buena lavada de cara. El balcón de la habitación nos enseña la noche cerrada en Vielha y las estrellas en el cielo, que están expectantes ante lo que en breve iba a suceder. Bajamos a desayunar ya vestidos de romanos. Somos los primeros y el restaurante todavía no está abierto. En pocos minutos, nos juntamos 10, 15, 40 guerreros ansiosos por inflarse de las últimas energías antes de la gran batalla.

4:50 am. En la línea de salida nos concentramos los casi 300 locos que vamos a afrontar este reto. De todos ellos, solo 130 vamos a intentar el Recorrido Oro o ‘Non Stop’ (230 kms). El resto hará el Plata (150+80 kms) que se divide en dos días. Los nervios están a flor de piel. La temperatura es buena, unos 10ºC, y la previsión meteorológica para el día da calor y cielos despejados.


Momento memorable.

5:00 am. Se encienden todos los frontales, suenan cientos de calas y PLASH!!! Se da la salida. Avanzamos neutralizados unos 400 metros por las calles de Vielha y … primera cuesta. Como es de noche no se aprecia el porcentaje real de lo que uno sube, pero lo que tenemos bajo nuestras cubiertas es un rampón de hormigón rallado con porcentajes cercanos al 20%. Serán casi 4 kms que nos dejan las piernas ya calentitas.

Los primeros toman sus posiciones.

Salvado este primer escollo y los primeros 500 metros de desnivel llegamos a la carretera donde nos esperan los Mossos para escoltarnos hasta la entrada del túnel viejo. Cuando salimos del mismo, aparte de sentir una bofetada fría y húmeda que nos deja aturdidos, comenzamos a apreciar las primeras luces del día. Tras la puesta de sol, muchos de nosotros seguiremos dando pedales. Y esto si pasamos el corte del km 150 que se cerrará a las 20:00 horas.

Es curioso como en una ruta indomable como esta, cuando vas de novato, el cuerpo te frena las ansias de dar pedales. Los primeros kms pasan rápido aunque los hacemos con la prudencia lógica de quien está haciéndose con las viñetas y explicaciones del road book. Pasamos los primeros senderos que desembocan en las primeras trialeras. También llegan los primeros descabalgamientos y los descenders sacan a relucir su pericia. Cada cual intentaba buscar poco a poco su lugar en el pelotón, pero sosegadamente y sin hacer ruido.

Llega la primera equivocación en la lectura del Road book al coger una carretera en descenso rápido y no ver el sendero que salía a la izquierda. Teníamos como referencia una caseta pero los primeros no cayeron, y los últimos nos fiamos de los primeros. El error no duró mas de 500 metros pero nos hizo perder unas cuantas posiciones. “Esto va a ser una merienda de negros”, pienso bastante apesadumbrado. Y es que el tema de la navegación no me hacía ni chispa de gracia.

En el pueblo de Vilaller (km. 33) tenemos el primer avituallamiento y control de paso. Aquí se forma un pequeño atasco al tener que firmar y poner la hora de paso todos los bikers en la misma hoja, asunto que arreglaría la organización en los siguientes controles.

Intentando tirar del grupo.

Comenzamos a subir el Coll Serreres (400 de desnivel en unos 4 kms). Edu y yo seguimos juntos en un grupo de unos 20 bikers más o menos homogéneo. Todavía vamos muy relajados, tanto que en la subida a este collado la cadencia es exagerada y se hacía muy difícil negarse a bajar piñones. Si lo hacías te ibas del grupo. Llegamos al alto en formación de a uno y perfectamente alineados unas 10 unidades. La vegetación es una explosión de colores verdes que refresca el ambiente “¡Qué maravilla!”, voy pensando hacia mis adentros. Pero una larga bajada nos obliga a centrarnos en la conducción, y más yendo en grupo; y más aún con algunos tramos de barranco al borde de la pista, aunque todos respetábamos las posiciones de descenso. Edu se pone a tirar –ya sabemos como baja el chaval-, y yo voy en la cola aprovechando las trazadas de los de delante. Un delirio que duró unos buenos minutos.

Tras un pequeño tramo de carretera, en el km 47 cogemos el ‘Camino del Agua’, una especie de ‘Camino del Ingeniero’ con subibajas bastante potentes (alguno del grupo partió su transmisión en este punto) y donde nuestra cuadrilla se redujo a 5 componentes ya que el resto se quedó cortado por detrás. Este sendero no tendría más de 1 metro de ancho y zigzageaba entre árboles y rocas con un firme compacto que invitaba a ir rápido, aunque sin perder de vista algunos vértices con barrancos de quitar el hipo.

Ada se nos escapa.

Serían alrededor de las 8:30 de la mañana y la sensación que yo tenía era de llevar miles de horas encima de la bici. El salir de madrugada, atravesar ya un par de puertos, trialeras y algunos buenos descensos le daban al recorrido hasta este punto la categoría de 10. Además, el plus de estress que te imprimía no saber si ibas por el camino correcto, aunque el road book fuera muy claro, te desgastaba un poco más de lo normal.

¿Sufriendo, o disfrutando?

Tras abandonar el ‘Camino del agua’ nos metemos en carretera a subir unas rampitas de cuidado. Me da por tomarme una barrita en marcha y no me ahogo de casualidad. Pedalear por esa pendiente masticando y sin poder coger casi aire me daba un cuadro de asfixia total. Claro, aquí me quedo descolgado de mi grupo, y no me apeo de la vida de milagro. Voy haciendo la goma con Edu que aminora el ritmo en algún tramo mientras me saca alguna foto. Delante, a unos 300 metros, Ada (ganadora del Soplao 09 en féminas), y dos o tres más nos servían de referencia para no perder demasiado tiempo. Llego arriba bastante cansado (Coll de Sant Salvador, km 57) y pienso que en el descenso tengo que recuperar por narices, aunque la gravilla de la carretera me mantiene en vilo hasta la entrada de Gotarta.

Disfrutando!!

Navegando por los montes.

Las banderas de Power bar nos anuncian el segundo avituallamiento (km. 62) en el pueblo de Raons. Parada, aceite a la cadena, e intento solucionar un molestísimo ruido que llevaba en el disco delantero. Los controles se hacen más ágiles al anunciar tu dorsal y firmar el de la organización por ti. “Salgo ya”, oigo mientras comía un plátano. Era Edu, que hasta el momento iba desaforado. Dejo que se vaya y salgo 2 minutos después esperando a algún biker que me sirvieran como referencia. La salida del pueblo es por pista en bajada. De los cuatro que salimos, uno se descuelga al volársele todo el Road book “Joer que p.tada”, seguimos hasta la carretera que continúa en bajada y “Mmm, que demonios pasa?” La rueda de atrás me hacia extraños. Pinchazo!! “Mierda”. Paro rápido, saco los utensilios y arreglo el desaguisado en diez minutos que se me hicieron eternos. Menos mal que los flancos de la Larssen entran y salen de la llanta muy rápido. Fuum, fuuum, fuuuuuuum, fuuuuuuuuuuuum, pasaban a mi lado los misiles que bajaban en ese momento. Tras meter una bombona de aire comprimido y sin hinchar más la rueda salgo para no perder más tiempo. Llevaría la rueda con 1,5 bares y pensaba terminar de hincharla en el siguiente punto de control con una bomba de pie.

Me quedo, me quedo, me quedo...

Salgo rápido para intentar cazar a un numeroso grupo que acababa de pasar mientras pensaba que a Edu ya no le vería más. Alcanzo a mis antecesores justo en las primeras rampas del Coll de Sas, unos 15, entre ellos 5 bikers de Bikezona con los que hicimos camarilla. El Road book anunciaba rampas duras y pista con gravilla. Esta subida se me hizo durísima. El calor ya apretaba de lo lindo. Me quito el pañuelo de la cabeza que ya me estaba agobiando. Aguantamos en grupo hasta el barranco de Ert (km 75), y aquí el grupo se va diluyendo. Los de Bikezona tiran por delante y yo me quedo con dos bikers del club Desnivel. Me tengo que parar a evacuar y me quedo solo. En este punto el sufrimiento era bastante intenso. Iba haciendo las cuentas para ver a qué hora iba a llegar al corte, aunque no recordaba bien cuando se cerraba. A las 17:00? Eran trece horas? “Estás bueno!!!”, pensaba exhausto. En cualquier caso tenía una cosa muy clara: “No sé si terminaré o no, pero es la primera y última vez que me meto en una cruzada como esta”.

Así da gusto pedalear.

Terminado el Coll de Sas (km 81) y superados sus durísimos 600 metros de desnivel con piedra suelta y gravilla, comienza un lujo de descenso que se ve cortado por las dudas que generan algunos desvíos. Cruzamos Sentis y seguimos bajando, ahora por carretera, juntándonos algunas grupetas. Estos momentos son básicos para recuperar y también para apreciar la naturaleza de los paisajes que te rodean, de una belleza increíble. El aire en la cara también te da cierta vidilla, así que estos kms fueron una bendición.

Aprieta los dientes, amigo, apriétalos.

En Les Iglesies (km 89) había otro punto de control con avituallamiento. A estas alturas las paradas se reducían a proveerme de líquido (Camel+bidón), y tomarme un pequeño bocadillo (impresionantes con el pan bien untado de tomate y Philadelfia) y una CocaCola o un vaso de Aquarius.

Seguimos subiendo por otra pista pedregosa que ya empieza a rallarme desde el principio. No es que no andara fino, es que iba agotado. Se me estaba haciendo todo muy largo y la cabeza no tiraba tampoco de las piernas. “He ido dosificando y me he quedado sin fuerza demasiado rápido”, intentaba razonar. “Creo que es el momento de un antinflamatorio antes de que las lumbares se quejen más de lo que lo hacen ya”.

La Santa Madre Naturaleza.

En el Coll de Pemir (km 95) se nos viene encima la “Luna”. Atravesamos unos senderos poco marcados con abundante ganado suelto y comienzan unos tramos donde no solo hay que desmontar sino que hay que trepar con la bici al hombro montaña arriba en plan “Ironbike” durante una buena minutada. El calor apretaba, eran sobre las 12:00 pm y menos mal que me tocó hacer estos tramos en grupo. Tras superar el collado (Coll de Oli, km 97), la bajada es igualmente insufrible, muy poco ciclable, de fácil caída, con escalones pronunciados y la gente ya muy quemada. Cuando conseguimos llegar abajo, nos paramos unos 5 o 6 en un río a la sombra de unos grandes árboles y con una cascada a nuestra izquierda que nos invitaba a refrescarnos. Bufffff, me quito el casco, los guantes y no sigo por respeto a la compañía… Meto la cabeza bajo el poderoso chorro de agua helada y bebo y bebo hasta saciarme. Quizás este fue mi punto de inflexión en la ruta ya que al montarme de nuevo en la bici me sentía mas fresco y con más ganas de pedalear que en todas las horas pasadas. Es verdad que la media hora larga de pateo por la cresta de la montaña había relajado mis piernas cambiando el chip al modo “andar”.

Los senderos que nos devuelven del infierno.

Los siguientes tramos de carretera nos lleva a Guiró (km 100) donde estaba el avituallamiento fuerte del día. Platos de pasta, bocadillos y un largo etcétera. Aquí vuelvo a encontrarme con el grupo de Bikezona, aunque tras comer medio plato de macarrones salgo antes que ellos. Voy por carretera hacia la Torre de Capdella y veo que voy a un ritmo superior al resto del día. Como iba solo, me paro a un lado a centrar las pastillas traseras que desde el pinchazo iban haciendo un ruido muy molesto.

Me junto con unos 10 o 12 bikers para hacer los 10 kms de carretera hasta el comienzo del puerto más duro de la Pedals: el Coll del Triador, con 1.100 metros de desnivel en 13 kms, y donde todas las referencias nos decían que es el punto clave y más duro del recorrido. “¿Más duro?, pensaba yo. “Imposible, yo ya he superado mi umbral de sufrimiento”.

En el km 108 nos desviamos a la derecha y cogemos la pista que sube al “cielo”. Poco a poco nos vamos metiendo en un bosque donde la sombra nos protege de los rayos solares. Yo ya había comenzado con la táctica de beber agua y escupírmela a los brazos para refrescarme del calor. Las primeras unidades se van descolgando ya que los de Bikezona habían puesto un ritmo bastante bueno en la subida. Pasados los primeros 5 kms y no se cuantas revueltas, me apoyo en un paso canadiense para meterme la mitad de un gel de membrillo que me había dejado Edu la noche anterior. Edu, “dónde andará Edu”, pensaba.

Subiendo el Coll del Triador.

Sigo subiendo aunque ya voy sin los de Bikezona que van por delante. Voy cogiendo algunas unidades sueltas que iban bastante tocadas. Comienzo a encontrarme realmente bien y creo que puedo subir con un piñón más bajo. Vale, entre el tercero y el cuarto y con el plato pequeño haré toda la subida. Voy descontando kms… Quedan 8… Quedan 7… Quedan 6… Los últimos 5 kms son absolutamente impresionantes. Vas viendo la montaña de enfrente por donde bajamos del Coll de Oli y como nuestra pista va superando la altura de la carretera por donde descendimos. A la vez, tras algunas revueltas ves el inicio del puerto del Triador y a algunos ciclistas comenzando su ascensión a escala hormiga. Ni eso. Mientras subo me fijo en uno de azul que tiraba con buena cadencia dos revueltas más abajo. Parece que le aguanto la distancia y hasta se la estoy aumentando. En esos momentos te animas bastante, las fuerzas te responden y el fondo que has cogido durante el invierno empieza a aparecer como un décimo de lotería premiado.

Impresionantes vistas.

Quedan 4… Quedan 3… Veías a muchos Ironbike desmontando de sus bicis para hacer algunos metros andando, a otro tirado en medio de la pista con el gesto desencajado. Les dabas ánimos a todos, ya no queda nada. Quedan 2… Supero a un rebaño de vacas enormes con sus terneros y un pastor negrito guiándolas… Queda 1… Voy a rozar la gloria… La pendiente se suaviza… Comienzo a bajar… Veo el avituallamiento… Los ojos me brillan y sueltan alguna lagrimilla… ¡Estoy arriba! Superado el Coll del Triador. Son la 16:00 hrs. Km 122. Hasta este punto nos hemos cargado 4.300 metros de desnivel (Todo el acumulado del Soplao, pero en 43 kms menos). Estamos a 2.200 metros de altura y el panorama era cautivador. Montañas rodeando nuestra posición parecen bendecirnos y darnos ánimos para continuar.

En el avituallamiento oigo “Pablo!”, me giro y veo a Edu. Creo que nos fundimos en un abrazo, aunque no lo recuerdo bien. Me cuenta su andadura hasta aquí en 2 minutos mientras doy cuenta del bocadillo de turno y la Coca Cola. Allí también estaban los de Bikezona: Luis, Gorka, Rober, otro que no recuerdo su nombre, y al poco llegaba Nico, el más sufridor de todos.

Mis piernas me pedían guerra así que le digo a Edu que voy saliendo. Había que pedalear 11 kms hasta el Coll de la Portella (2300 mts de altura y techo de la Pedals), pero las rampas ya eran muy suaves y muy tendidas. Tanto que un biker me pasó como un avión recién abandonado el avituallamiento. Metí el plato grande a ver si iba cómodo y como las sensaciones eran muy buenas continué así hasta que di caza al ‘avión’ y un poco más. Ahora iba solo. Ya sabía que para llegar al corte de Espot (km 150) me iban a sobrar unas tres horas ya que se cerraba a las 20:00 (Este año el corte se redujo en una hora con respecto a ediciones anteriores).

En el Coll de la Portella me uno a Santi (del equipo Basolí de Ada y Noe), a un alicantino que estaba bajando tres horas su tiempo del año pasado en el recorrido Plata, y con alguno más. Casi juntos iniciamos el descenso a Espot. Vaya locura de bajada, pista en perfectas condiciones con curvas muy abiertas, salvo los vértices de 180º, donde bajar a 60 km/h significaba que estabas tocando los frenos. Aventurarse a más era jugársela. Un poco antes de Espot estaba el avituallamiento y control de paso del corte de la Pedals. Pasamos las bicis por encima de la alfombra para que el chip marcara tu tiempo, y me siento en una silla con la tranquilidad que me daba saber que el resto del recorrido (unos 80 kms) me los podía tomar más relajados. Las referencias que la organización me dio eran de unas 5 horas hasta Vielha, así que podría llegar de día. Lo que no me dijeron es que este año había más sendero y menos carretera con lo que llegar de día iba a estar ahí-ahí.

Después de unos minutos y al ver que Edu no venía, decido ir saliendo para terminar la bajada hasta Espot, donde terminaba el recorrido Plata. Aunque bajo con 4 o 5 bikers, todos se quedan en el pueblo, y yo continúo solo por la carretera que me sacará de esta población. Delante, a unos 300 mts, veo a un ciclista que decide esperarme. “Juntos será más fácil”, pensamos ámbos. Un catalán y un madrileño rodando por los Pirineos y cada uno tirando de su lengua materna no tiene demasiado sentido. Después de dos intercambios, mi compañero decidió ceder y comenzó a parlar en castellano.

El agua salía a borbotones de la montaña.

Tras la salida de Espot había que coger una serie de senderos y pendientes que nos mantuvieron muy alerta unos kms. Entre Estais y Jou vamos por un camino impresionante con barranco a nuestra derecha, algunos escalones y unas vistas paranormales. Delante, como a 1 km, veo un grupo de unos 5 o 6 ciclistas. Le digo a mi compañero que si aceleramos y les cogemos podremos ir más tranquilos con el tema de la navegación. En el grupo iban Santi y alguno más con los que coroné el Coll de la Portella. Así fue, y desde el km 162 hasta el final fuimos junto a este grupo compuesto por tres catalanes, dos valencianos y un madrileño (el que suscribe).

Senderos hacia el Camí del Calvari

Los siguientes tramos iban a deleitar nuestros sentidos con una serie de rápidos senderos donde rodar era fácil pero donde también había que tener cierto cuidado con el paso entre algunos árboles, ya que el manillar entraba por milímetros. La luz de la tarde comenzaba a darle al ambiente un poso diferente, distinto, más cálido.

Llegamos, tras salir del super sendero, a Son. La tarea era ir en busca del ‘Camí del Calvari’, punto conflictivo del recorrido ya que aquí nos perdimos casi todos, incluido el que iba primero. Había que entrar en el bosque y continuar por otro sendero mágico, donde seguro que las hadas y los gnomos nos miraban escondidos detrás de las rocas llenas de verdín. “Qué pasada”, solo acertaba a pensar mientras me descolgaba hasta la cola del grupo para dejar las tareas directivas a mis compañeros y así, poder disfrutar de lo que me rodeaba. Algunos tramos había que hacerlos a pie, lo que servía para contemplar más despacio hasta qué punto la naturaleza es increíble.

En el km 170, tras dejar el ‘Camí del Calvari’, el camino desembocaba en un prado que había que atravesar para llegar a la carretera. Nos costó encontrar el lugar una buena pensada y tras llegar al prado, todavía nos separaba de la carretera una fuerte pendiente de bajada con una red de tupida arboleda y cientos de ramas bajas que nos costó más de una caída. Y eso que íbamos a pie.

Conseguida la carretera, y ya bastante justos de fuerzas, enfilamos uno detrás de otro hacia Sorpe, y más allá hasta Isil, (km 175) donde nos esperaba avituallamiento y control de paso solo para nosotros. Es curioso llegar a estos lugares de descanso y no encontrarte con nadie más allá de la organización. De Isil salgo el último de mi grupo ya que recargo de líquido todos mis recipientes. Mis referencias del recorrido me indicaron la dureza de la última cota del día, la de Pla de Beret, aunque todavía quedaban kms para llegar, así que tomé precauciones por si no había más avituallamientos.

El Control de paso y avituallamiento de Montgarri.

A todo esto, se me había olvidado ponerle más presión al neumático trasero, con lo que en los tramos de carretera iba algo lastrado con los 1,5 bares de la botella de CO2. Tras unirme de nuevo a mis compañeros de viaje, pedaleamos juntos hasta Montgarri por una pista que va paralela a uno de los numerosos ríos de la zona. Pero RÍO con mayúsculas, por su anchura, por el poderoso caudal, por la transparencia de sus aguas, por el ruido al fluir… Que belleza Dios mío!

Y de pronto, comienzo a pensar que en el control de paso de Alós de Isil no había firmado, “joder, espero que el de la organización me haya oído cantarle el dorsal”, en fin. La verdad es que le fui dando vueltas a esto durante algunos kms más. El tiempo pasaba y ya había comenzado a atardecer; la luz, poco a poco se iba haciendo más tenue y a pesar de que nuestro ritmo no era malo, ya dudaba si podriamos llegar de día. En este trayecto entablo conversación con Santi que me dice que Noe está en las 24 horas de Guadalix dando vueltas como un hámster… “Un año u otro tengo que probar esa experiencia”, voy pensando.

Km.193. Último avituallamiento y control de paso. Firmo a las 21:12. Comemos un bocadillo y una o dos Coca Colas. El lugar era una esplanada entre las montañas y los víveres estaban en la entrada de un recinto eclesiástico sacado directamente de la Edad Media. Además, la señora que nos repartía lo que íbamos pidiendo era de una amabilidad extraordinaria con lo que la breve estancia se hizo muy agradable. Aquí nos juntamos dos grupos de ciclistas, siendo unas 15 unidades en total. Como yo estaba listo y los míos seguían zampando, salgo detrás del primer grupo. Después de superar en la ascensión a Pla de Beret (no me enteré de esta última subida ya que esperaba algo bastante más duro) a tres de sus componentes, dos iban muy por delante y, aunque les tenía en referencia visual, me fue imposible llegar a ellos. Entré en Baqueira pedaleando solo y ya prácticamente de noche.

En el km 204, deberíamos abandonar la carretera para bajar por una trialera que era bastante peligrosa para afrontarla a oscuras y en solitario, así que aprovecho para ponerme el frontal en el casco y esperar al grupo con el que había venido desde el km 160. Llegan los primeros componentes y me dicen que bajan por carretera, que por la trialera es una locura. Decido esperar al resto y después de pensarlo, y muy a pesar de Santi, decidimos todos bajar por la carretera.

En el descenso se nos cierra la noche, atravesamos la bonita zona de apartamentos de Baqueira, - estampa digna de observar-, y nos lanzamos a mil por hora dirección Vielha. Sin darnos cuenta nos encontrábamos a 18 kms de la meta. Y todo bajada. Voy abriendo el grupo, hace un frío que pela cuando bajas a tanta velocidad, y solo al pararnos para reagrupar volvías a recuperar el aliento. Ya no hay cansancio, solo gloria. Las conversaciones entre nosotros giraban en torno a la extrema dureza de la prueba, y alguno me dijo lo mismo que pensé yo allá por el km 60: “Primera y última vez que me meto en esta locura”.

Entramos en Vielha, no tengo palabras, ni pensamientos, la mente se me queda en blanco, la sensación es como si estuviera acostumbrado a meterme 224 kms Y 6150 metros de desnivel cada poco tiempo. Pero, no. Cuando cruzamos la meta y después de mirar el tiempo, nos fundimos en un abrazo 6 tíos que antes de esta prueba no nos conocíamos de nada y que seguramente no nos volvamos a ver nunca más. Pero da igual, ha sido sensacional compartir con todos ellos los casi 80 kms desde Espot hasta aquí.

En la carpa de meta, la organización nos da el maillot “Pedals de Foc Non Stop” a los finishers, que guardaré como el mejor de los trofeos. Mi tiempo final fue de 17:36 horas, y mi posición la 67 de los 137 que apostaron por el Recorrido Oro.

Sin saber muy bien si quedarme un rato por allí a esperar a Edu o irme al hotel, aproveché para comer algo más y viendo que el frío se estaba apoderando de mí, me fui al hotel a pegarme una ducha y cambiarme esa segunda piel en la que se había convertido el maillot y el culotte.

Al final, los puntos de mi cuerpo que más sufrieron el castigo físico de esta mega ruta fueron el trasero, del que prefiero no dar detalles, y los dedos gordos de los pies. La uña del izquierdo está mutando a color morado y pronto abandonará el pie.

Edu I, el Triunfador.

Al rato llega Edu a la habitación con una sonrisa de oreja a oreja y el maillot en la mano. Otro finisher más. Nos lanzamos el uno contra el otro como los jugadores de baloncesto cuando hacen una buena jugada y nos abrazamos conscientes de que habíamos superado el reto. La Pedals de Foc 09 ya era solo una muesca más en nuestras bicis.

En la cena nos juntamos con los de Bikezona (que entraron con Edu) a repartir anécdotas y a reírnos de la capacidad de sufrimiento que habíamos demostrado todos y cada uno de nosotros. Compartimos escenas del Soplao de este año –tardaron 9:50-, de algunas rutas por Picos de Europa, incluida la de Collado Pelea, y de mil cosas más. Ha sido un placer conocerles, la verdad.

Y a medida que el tiempo me distancia de la ruta, de sus luces y sus sombras, soy más consciente del disfrute que he tenido durante todo el recorrido, de la recompensa tan enorme que ha supuesto intentarla y acabarla; y de la compañía y el estímulo, muchas veces en la distancia, de mi compañero Edu, un sufridor nato, pero a la vez, alguien que se bebe la vida saboreando cada uno de sus sorbos como si fuera el último.

Y así es como le doy la vuelta al pensamiento del km 60, echando ya de menos todos y cada uno de los momentos y sensaciones por los que atravesó mi cuerpo a lo largo de algo más de 17 horas. In-creíble!

Gracias también a Chango, al cual le debo haber podido pedalear en la noche, y al que deseo fervientemente que de un paso adelante y el año que viene se atreva, por lo menos, con el Soplao. Gracias Jorge!

Datos finales.-
223,41 kms
Tiempo Total: 17:36 horas
Clasificación Non Stop: 67 de 137.
Tiempo de pedaleo: 15:52 horas.
14,0 kms/h en marcha sin paradas.
12,6 kms/h en marcha con paradas.
Tiempo 1º sector (hasta km 150): 12:08:02
Tiempo 2º sector (del 150 al 223) 5:28:29
Media 1º sector (hasta km 150) 11,7
Media 2º sector (del 150 al 223) 14,6
Desnivel acumulado total 6.121 metros.

Clasificación General.



El track no es el de la Pedals de Foc 09, pero se aproxima bastante.


Noticias relacionadas:

http://www.esmtb.com/mountainbike/noticias/3571.html



Un sufridor. Un disfrutón.

domingo, 14 de junio de 2009

Loma del Noruego + Pasapán redited

Este fin de semana estaba reservado para la ruta Madrid-Bola del Mundo, pero las ansias aventureras del amigo Edu le empujaron a aprovechar unos días libres en su trabajo y viajar con sus alforjas hacia la sierra de Teruel.

¿Y yo que hago? De momento cambio el día de la salida al domingo. ¿Y la ruta? Tiene que ser alguna que me sirva para seguir calentando motores para la Pedals. Uff, el jueves acabé del carril bici hasta el gorro, así que la Madrid-Bola la reservaré para cuando Edu esté disponible. Y como una visión me viene a la cabeza la ruta que hicimos Edu, Feria y el que suscribe el año pasado para preparar el Soplao 08: la unión de las rutas de la Loma del Noruego y Pasapán, para fabricar una superuta que me mantenga ocupado hasta bien entrada la tarde.

El Alto de la Fuenfría.

Me levanto a las 7:30 un tanto intranquilo por las posibles tormentas que anunciaban para hoy. Efectivamente, el cielo está cubierto de una fina capa de nubes. “Ni lo pienses”, me digo ante la posibilidad de quedarme durmiendo.

Dejadas atrás las malas intenciones, llego a Cercedilla a las 9:00, y quince minutos después ya estaba comenzando con las primeras rampas de la Fuenfría. La temperatura era muy buena (19ºC) y las nubes seguían eclipsando al sol. Perfecto para montar en bici, ya veremos si todo sigue así. En las Dehesas, un par de bikers me preguntan por qué carretera se sube el puerto y yo les indico la de la derecha, la que tiene el prohibido, que es por donde subo yo. Algunas horas después me los volveré a encontrar en otro punto de la sierra de Guadarrama.

Qué gozada volver a pedalear por estas cuestas, hacía demasiado tiempo que no venía por Cercedilla, desde la Quedada de Forobici el septiembre pasado. Aprovecho para respirar las esencias de la zona y me tomo la subida con la tranquilidad que me dejan mis piernas.

La cosa se complica en el Smitd.

Una hora después llegaba al alto del Puerto, y tras dar un vistazo de 360º para empaparme de las sensaciones que provoca este lugar, pongo rumbo hacia el Camino Smidt. “Huy, creo que me ha caído una gota”. Muy débilmente pero comenzaba a “chirimirear”. Comienzo a pensar en que si sigue cayendo agua en el Alto de Navacerrada abortaré la ruta. No estaba solo. Un buen número de senderistas y un grupo de militares se cruzan en mi camino, y esto me anima: No soy el último Mohicano.

El Smitd se pasa rápido. A pesar de que en esta dirección pica para arriba y algunos de sus tramos no son ciclables, este sendero es un decorado sacado directamente de “Excalibur”. En el alto de Navacerrada la lluvia se anima y yo me vengo abajo. Me cobijo en un techado al lado del camino que sube a Las Cabrillas y pierdo mi vista en el infinito mientras como un plátano. Son casi las once y la idea de volver al coche me repatea.

Comienza a llover en el Alto de Navacerrada.

Pensando en abortar la ruta.

Como si el cielo se apiadase de mí, la lluvia ofrece una tregua y yo, antes de darme cuenta, ya estaba metido en las primeras rampas del sinuoso camino que sube a la Bola del Mundo. Como si la prisa por llegar arriba me poseyese, paso por las rampas del 15, 18, 20 y 23% más liviano de lo que he subido nunca este “cuasi infierno” llegando a la cumbre en poco más de 26 minutos y a una media de 7 km/h. “Hay va, creo que Jose el año pasado subió también en este tiempo”, y me bajo de la bici con una sonrrisilla que implica total felicidad. Durará hasta que el Feria se pase por Madrid y suba hasta las antenas en 20 minutos.

Las Antenas.

La cosa sigue bastante negra.

A 2.265 metros las vistas suelen ser espectaculares. Hoy, no. Lo espectacular era el color negro de las nubes que se divisaban encima de Valmayor y alrrededores. En cambio hacia el norte el cielo dejaba pasar débiles algunos rayos de sol que iluminaban Segovia y su entorno.

¿Qué hago? “Bajo al Alto de Navacerrada por donde he subido para evitar una más que posible chupa de agua, o me sigo dejando llevar y tiro hacia Cotos por la Loma del noruego”. ¿Llueve? No. Pues para Cotos.

La tregua de las nubes aguantaba pero su concesión me iba a costar un pequeño tributo en forma de hostión. La caída tiene lugar en las primeras estribaciones del pedregal que sale junto a la parte alta de Valdesquí. Mi rueda delantera se engancha con una de las miles de piedras que habitan este paraje y salgo volando por las orejas de la bici. Tras el golpetazo, me quedo quieto en el suelo para detectar los dolores y su intensidad. Me duele la mano izquierda y sangro por un dedo, pero parece que no es nada más que un fuerte golpe y un buen raspón. “Chchchccht“, es lo que tiene ir con guantes cortos. Mejor suerte corrió la bici, que cayó sobre el blandito colchón de unos tupidos matorrales que hay junto al camino.


Valdesquí y la Loma del Noruego.

Al fondo, el refugio del Pingarrón.

El resto de la bajada por la Loma del Noruego transcurre sin novedad, aunque voy pensando en el dolor de la mano y en el sonido de los truenos que oigo a mis espaldas. Cuando llego a Cotos o “Cima Calvi” el sol ya impone su autoridad con lo que si tengo un pelín de suerte, los nubarrones que divisé desde la Bola se estaban alejando.

El tubo.

En la fuente que hay junto a la subida a Peñalara lavo mis heridas y me pongo a charlar con unos ciclistas que venían desde Fuenfría por el Eresma y habían subido por Cotos. Resultó que dos de ellos eran los que me habían preguntado por el camino para subir a la Fuenfría unas dos horas y media antes. Sus rostros estaban marcados por la mella que deja la subidita desde el Puente de la Cantina.

Una vez que lleno el bidón de agua serrana emprendo lo que será uno de los momentos mágicos de esta ruta. La bajada hasta las Siete Revueltas, primero por la pista y después por el cauce seco del río, propone un buen montón de minutos donde la adrenalina se le sale a uno por los ojos, un disfrute que bien merece el madrugón y quizás hasta el porrazo que llevaba en mi dolorida mano. A mitad de camino me paro para embadurnarme del ambiente mientras hago una foto a dos bikers que pasaban en ese momento como dos trineos de bobsleigh.

Las veredas del GR 10.

Sufriendo para llegar a la Fuente de la Reina.

Todavía queda subida.

Abajo, cruzo la carretera y me dirijo al GR10, por donde subiré hasta la Fuente de la Reina, uno de los instantes que menos me apetecen por el atragantamiento que me supone esta durísima subida una y otra vez. El piso está asfaltado y las pendientes comienzan a endurecerse a partir del km 2 o 3 manejando entre el 7-8% hasta el 15-16%. El problema de estas subidas es que yendo por asfalto la lógica te invita a ir más rápido de lo que realmente te permite el desnivel, algo que no te ocurre cuando subes por una pista con arena, gravilla o piedras. El caso es que como ya me sucedió subiendo Bola, me encuentro bastante cómodo dando pedales y voy jugando con el platillo y los piñones medios, que me dan una velocidad constante de 9-10 kms/h. En mitad de la subida encuentro a dos almas perdidas con sus bicis de paseo y un mapa abierto. Según me acerco a ellos pienso en ofrecer mi ayuda, pero la cara agria del hombre que apenas apartó su bici para que yo pasara me hizo cambiar de opinión: “Ala pues sal tú solito del atolladero y tómate un all-bran”.

Momento cumbre del día. Me encuentro en la Fuente de la Reina. Hasta el momento llevo unas tres horas y cuarto pedaleando. La escapatoria a Cercedilla la tengo a mi izquierda; la bajada hacia Valsaín, a mi derecha. Miro al cielo y le pregunto por sus intenciones. Me dice que de momento tiene entretenidas a las nubes en una partida de mus, así que tras llenar otra vez el bidón de agua, cojo el camino de la derecha que me dejará en la ladera norte de la Sierra de Guadarrama, ya en la provincia de Segovia.

En la Fuente de la Reina comienza otra ruta.

A mitad de descenso, en una pradera a la izquierda de la pista me encuentro a cerca de 30 o 35 bikers que inician la subida hacia la Fuenfría. “¡Qué capacidad de concentración!”. Sigo mi camino hacia los Montes de Valsaín con el recuerdo constante del dolor en la mano que me impide cambiar de plato con soltura y envolver con fuerza el puño del manillar. Intento convencerme de que es lo normal después del fuerte golpe y que como mucho tendré algún tipo de distensión. Intento no ir más allá y no pensar en otra cosa que en lo que me ofrecía el paisaje.

Un cartel dando ideas

Praderas de Valsaín.

Cuando el camino deja el bosque atrás y penetra en las praderas de Valsaín te das cuenta de que ya no hay vuelta atrás. Sólo una gran tormenta (qué miedo me dan estos fenómenos en las montañas, y más con unas calas en los pies) podría hacerme poner pies en polvorosa, y tal como transcurre la partida de mus por ahí arriba, esto parece poco probable. En estos prados pastan sin levantar sus cornamentas decenas de reses, negras como el carbón, algunas de ellas con unos testículos como camiones. La verdad es que me fío bastante poco de estos animales. Y si intuyo que hay un macho en el lugar, ni te cuento.

Con viento fresco pongo rumbo hacia la Cañada Soriana, mi enlace directo con la Mujer Muerta y su puerto: Pasapán. Pero antes tendré que deshacerme de unas trialerillas que van muy bien contra el estress. A pesar de que ya he pasado por aquí en otras ocasiones, el finísimo camino de bajada se diluye entre el matorral bajo y es complicado coger su carril. Hasta que lo consigo hago varios cientos de metros por encima de hierbas, hierbajos, zarzas y un racimo “asesina ruedas” que se me cuela entre la horquilla, el disco y la rueda. Fue un verdadero milagro poder continuar sin averías ni pinchazos.

En el portón que me da salida de estos parajes, hay un cartel que reza: “Santiago: 597 kms”. Son las 13:30 de la tarde y “creo que no me da tiempo a llegar de día” … Dejo atrás las ruinas del Caserío de Santillana mientras voy comiendo una manzana que reponga las energías que a buen seguro voy a necesitar.

El embalse de Revenga.

Pasado el embalse de Revenga hay un escollo que tengo grabado a fuego de otras veces. Un rampón de unos 150 metros con una pendiente fija al 23% que hay que subir casi esprintando a pesar de que el comienzo es casi de parado. “Joder como me cuesta, no se si llego montado arriba”, pensaba mientras me exprimía al máximo. En esos momentos en los que ejerces tamaña presión sobre la transmisión, subir un piñón es jugarse partir la cadena. Y esto si que es un drama. Ya arriba, cuando termino de masticar el corazón, me doy cuenta de que he subido con el píñón del 28, desechando dos opciones más cómodas.

La ruta transcurre por los ranchos que atraviesa la cañada, hoy con el ganado buscando cobijo en las zonas más sombrías . Las montañas, a mi izquierda, vigilan mis movimientos a la vez que cuidan de que no me despiste. Pronto me presentan la impactante figura de la Mujer Muerta. que susurra mi nombre y me atrae hacia ella en una especie de hipnosis endorfínica.

La Mujer Muerta.

Antes de enfrentarme a los casi 9 kms de subida del puerto de Pasapán, recargo baterías en la fuente homenaje a Paco, “el Campero”, que hay poco antes de la entrada. Aquí lleno el bidón y el Camel de agua, me tomo una barrita y me refresco a conciencia antes de emprender la larga ascensión.

Los cantos de sirena de la montaña me hacen dudar entre las dos entradas posibles, pero un “espabílate”, me orienta hacia la más alejada. Una vez pasada la bici al otro lado de la tapia, una larga recta te da la bienvenida haciéndote pasar junto a un caserón ganadero abandonado en el margen derecho del camino. Muy propio para grabar una peli de terror. Es inevitable que una vez rebasado el fantasmagórico edificio mire un par de veces hacia atrás, no vaya a ser …

En plena subida a Pasapán.

Centrado ya en la subida, pronto compruebo que un ejército de moscas van a acompañarme pacientes hasta la cima del puerto. Dan un asco tremendo, atraídas por el sudor no hay forma de dejarlas atrás. Lo mejor es abstraerse y contemplar en la medida de lo posible el fantástico entorno que me rodea. A pesar de no llevar excesivos kms (60 en el comienzo del puerto), la dureza de la ruta comienza a pasar factura. El caballo de batalla en esos momentos era el dolor en el trasero, muy castigado después de tanta tralla. De piernas no iba mal del todo, manteniendo velocidades más que aceptables. Esto beneficia a los sentidos de uno, que tienen mayor capacidad para recibir las mil y una visiones que el monte nos regala.

Pasados los primeros 6 kms, el puerto intenta meter la puntilla a quien osa subirlo. Sin porcentajes excesivos, la constancia de los mismos son su mayor virtud. Las pendientes se endurecen en uno o dos puntos para rematar con tres kms que se hacen realmente duros.

“Pero qué ven mis ojos!!!” Después de no cruzarme con ningún alma desde aquella concentración de bikers en la bajada de la Fuente de la Reina, aprecio los colores de unos maillots unos 200 metros por delante de mí. “Se acabó mi soledad”, pienso aliviado. La imagen me da fuerzas e imprimo un ritmo más vivo para darles alcance. No me fue difícil cazar a dos de ellos que iban realmente con el mazo encima, mientras el tercero se me iba hacia el final del puerto. Bajé un piñón y apreté hasta el 100% de mis pulsaciones para llegar a la cumbre a la par que el compañero aventajado. “Vaya paseíto”, me dice mientras abro el último portón. El trío también venía de Cercedilla pero habían elegido una forma más directa de llegar a este lugar que la mía.

55 minutos después.

Tras comerme un plátano e inmortalizar el momento, me despido de mis amigos sufridores y comienzo a descender camino del embalse del Espinar. Antes, tendré que enfrentarme a una super trialera con un 34% negativo y miles de piedras que se desprenden de su lugar ante la llegada de la rueda delantera de la bici. Por momentos me digo que seguir bajando montado es una temeridad, mientras clavo los frenos para intentar controlar mi montura. La pendiente y el dolor en los antebrazos hace imposible desmontar por la vía civil, así que, o termino montado hasta abajo o me tiro contra las piedras para evitar otro posible vuelo orejero.

Demonio de bajada.

Vaya momento delicado. Una vez abajo miro hacia arriba y solo pienso en santiguarme dando gracias a Dios por haberme mantenido erguido. Los próximos kms son por pista y, salvo una bajada rápida que termina en una curva a izquierdas muy cerrada, se hacen fácil, pero conviene reservar el último aliento para arrojarlo en la subida al collado Marichiva y sus casi dos kms de piedras y porcentajes con IVA.

Terminando la arrastradera.

Hoy no he estado muy lúcido gestionando estos 200 últimos metros de desnivel, atrancándome un par de veces durante la machacona subida que me han obligado a patear algo más de lo que hubiese querido. La motivación a estas alturas está como mis fuerzas, muy baja, y ya solo pienso en la bajada por la trialera que sale frente al portón del collado. En este punto, un senderista muy curioso me pregunta si he visto a alguien por donde he venido. “Juraría que no”, le respondo, a lo que reacciona con una serie de improperios hacia su grupo de compañeros, a los que había perdido ya hacía un rato.

Comienza Marichiva.

Tras desear suerte al personaje, inicio el descenso fijándome en los puntos rojos de los pinos. La parte de las piedras la sufro sobremanera y la hago despacito y con buena letra para evitar más sustos. Las partes rápidas, las disfruto como un niño pequeño cuando se calza sus primeros patines. La verdad es que es un espectáculo descender por el corazón de una montaña, sin otro obstáculo que los miles y gigantescos vegetales que purifican el aire que respiramos.

Proteínas concentradas.

En un tris se llega a las Dehesas, y en otro tris llegas, tras coger velocidades más allá de lo razonable, al parking donde el coche espera fiel al loco que habitualmente lo conduce. Curiosamente, detrás de donde había aparcado tengo un Seat León negro y un Seat Córdoba plata,. La misma situación que el año pasado en el mismo sitio y casi a la misma hora. El espíritu de Feria y de Edu habían estado empujándome durante toda la ruta. ¡Gracias compañeros!

Son las 17:05 y el ambiente sujeta la temperatura a 23ºC. No me puedo quejar, Vaya día para montar en bici y perderse por las montañas. He disfrutado de 6:32 horas pedaleando (51 minutos menos que en mayo 08) y cerca de ocho desde mi salida y me da cierta pena que la ruta se acabe. Me siento satisfecho por haber completado los 82 kms y 2.700 metros de desnivel acumulado, pero mucho más por haberme atrevido a intentarlos, a pesar de las previsiones negativas y llenas de tormentas que se habían dado. Queda claro, una vez más, que el éxito, si viene acompañado de cierta incertidumbre previa, duplica su valor.

Realmente es un privilegio tener la oportunidad de disfrutar de recorridos como este, que es de los que hacen afición, tanto por su belleza como por su dureza, además de no dejar de lado ninguna de las variantes del MTB. Sin duda se acerca a lo que se podría denominar como la ruta perfecta.

En fin, espero que el golpe en la mano no me impida en los próximos días seguir calentando motores para el reto de la Pedals, ya a la vuelta de la esquina.

Ya os contaré.

Los números de la ruta:
82 kms.
12,5 kms/h
6:32h de pedaleo.
7:49h total de la ruta.
2700 desnivel ac+
Temperaturas <19/23>

jueves, 11 de junio de 2009

Desde casa hasta la Fuente Cossío y vuelta

Hoy inicio formalmente la preparación para intentar acabar la Pedals de Foc Non Stop, la mayor locura a la que un biker de montaña se puede enfrentar en un solo día: 234 kms de ruta por los Pirineos leridanos con un desnivel acumulado de 6.000 metros positivos. “Hay que ver lo que tiene uno que hacer para conocer los Pirineos“.



Salvo la parte central, la ruta elegida no tiene demasiado atractivo. La motivación es hacer muchos kms y volver a exigir al cuerpo esfuerzos largos y continuados. Así, se trata de salir desde Pozuelo para llegar a Soto del Real por el Anillo Ciclista y el Carril bici (108 kms ida y vuelta), subir hasta el Alto de la Morcuera y terminar completando la Hoya de San Blás (43 kms) para regresar a casa por el mismo carril bici.

Salgo a las 8:20 de Pozuelo en dirección a la Casa de Campo para enlazar con el Anillo Ciclista dirección Norte. Ya a esa hora el termómetro llegaba hasta los 16ºC y el sol reinaba en el cielo calentando ya los caminos, así que me embadurno de cremita protectora para no volver hecho una tostada. Voy pensando si al ir con un solo culotte no terminaré hechando de menos la doble badana.

Una vez en el Anillo comienzo a pedalear paralelo al Manzanares, cuya ribera en esta zona está bastante poblada de vegetación. Paso por encima de la carretera de La Coruña, bordeo Puerta de Hierro y me dirijo a Montecarmelo. Un poco más adelante dejaré el Anillo para coger el carril bici que sale de Madrid y llega hasta Soto del Real. Ése es mi destino.

El trayecto se realiza paralelo a la carretera de Colmenar y su perfil pica hacia arriba de forma constante aunque sin porcentajes considerables. Tres Cantos, Colmenar Viejo y, por fin, Soto. Tras poco más de dos horas y 54 kms bastante monótonos llego a esta población, en donde tengo que recargar el bidón de agua. Un super me suministra de líquido.

Próxima estación: Alto de la Morcuera. Ahora comienza lo mejor de la ruta, los próximos 43 kms los haré por las pistas y senderos de la Hoya de San Blás, previo paso por la fuente de Cossío que se encuentra muy cerca del refugio de la Morcuera y donde buscaré de nuevo recargar líquidos.

La subida hasta el Alto la hago un poco más tranquilo que de costumbre ya que el día de hoy será largo y no hay un coche esperándome para volver a casa. En el tramo final del puerto me pasan varios carreteros que van como tiros. Yo a lo mío, manteniendo los 10-11 kms/h para llegar a la cumbre con relativa frescura.

Arriba, y ya en la vertiente norte de las montañas, unas nubes, de las llamadas de evolución, comienzan a tapar al sol. La temperatura cae estrepitosamente así que después de beber y comer un plátano, salgo de allí rápido. Eso sí, no sin antes ponerme un periódico bajo el maillot, ya que el resfriado que me llevé al Soplao y la posterior sinusitis se la debo a bajar este puerto a “pecho descubierto”.

Termino la Hoya con la satisfacción que me proporciona este lugar al bajar los dos supersenderos, especialmente el segundo. Entro en Soto y vuelvo al supermercado donde compro un par de botellines de agua. Uno cae allí mismo; el otro me sirve para rellenar el bidón.

Llevo 95 kms en las piernas y algo más de 4:40 horas pedaleando prácticamente sin paradas o con pausas muy cortas. En el restaurante Miratoros miro a los coches que estaban aparcados por si lo de volver en bici solo fuera un mal sueño, jeje. No, creo que mi coche no me ha leído el pensamiento y sigue descansando en el garaje. Así que toca meterse otros 54 kms.

La salida de Soto hasta la carretera que va a Cerceda y Navacerrada pica para arriba. Las piernas siento que están ahí, no me llegan a doler, pero se que ahí van. El cuello comienza a quejarse y el culo está harto de ir encima de su potro de tortura. Continúo a unos 20 kms/h deseando llegar al cruce. Me pasa un carretero a una velocidad alucinante y los malos pensamientos comienzan a aparecer, aunque de momento logro domesticarlos.

Una vez en el cruce de las carreteras de Colmenar y Cerceda todo irá picando hacia abajo aunque algunos repechos se encargarán de recordarte que vas hecho polvo. Es fácil ir rodando a 40-45 km/h y de hecho no me cuesta mantener toda la transmisión metida. Voy mirando con nostalgia a los coches que van dirección a Madrid, y con envidia a los que llevan bicis en sus bacas. “Ellos si que saben”, pienso.

Pasado Colmenar Viejo me fijo en una bici que tengo por delante. Estará a un km de distancia y le voy recortando camino pero no llego a alcanzarla. El carril tiene una cierta afluencia y entre la ida y la vuelta habré pasado a unos 30 bikers y me habrán rebasado media docena de ellos (todos con flacuchas …). Poco a poco voy alcanzando a mi predecesor. Veo que va mirando para atrás y al darse cuenta de mi cercanía se deja llevar hasta que me pongo a su altura.

Una vez rebasado siento su sombra detrás de mí. Yo no estaba ya para florituras así que sigo a mi ritmo. De pronto el tío me rebasa y se pone a tirar, y yo le sigo la rueda pensando “hasta que pueda”. Mi compañero me ofrece que le releve y entro al trapo. Mal. Muy mal. Sin ir demasiado deprisa, si íbamos rapidito y las reservas ya estaban a punto de agotarse.

En este trasiego de pedaleo nos pusimos a charlar y me di cuenta de que me había ido a juntar con el otro “loco de la colina” del día. El amigo, una carretero empedernido, aunque en esta ocasión iba con su Trek de montaña, había salido de Madrid dirección Manzanares del Real, subió hasta el Comedero de buitres de la Pedriza y no llegó hasta la Nava porque ya le “parecía mucho”. Y ahora volvía a Madrid donde terminaría con 165 kms como si tal cosa. “Me duelen algo las piernas, los pies y la cabeza”, me dice. A mí me dolía el alma solo de escucharle.

Me despido de él en el desvío a Montecarmelo. Eran las tres y pico de la tarde, llevo 127 kms y no he comido nada más que el plátano de la Morcuera y dos barritas. Voy en luz roja, pero sobre todo voy con un dolor de culo y una rigidez en el cuello que no se si podré aguantar. Sueño con las fuentes de la Casa de Campo para poder meterme bajo ellas. Intento aguantar sin tomarme el antinflamatorio que llevo, y de hecho renuncié a el hasta 6 kms antes de llegar a casa. La otra opción era desmontar y finalizar andando pero lo veía un recurso poco digno para terminar una ruta de 150 kms, 2400 de desnivel acumulado y 7:15 horas pedaleando.

El último sendero antes de salir de la Casa de Campo observó como me iba arrastrando por su camino a 9-10 kms/h cuando normalmente lo subo entre 16 y 20 kms/h. A las 16:20, ocho horas después de los comienzos llegaba a casa. Bendito momento.

Cabe destacar la importancia de los avituallamientos en este tipo de recorridos ultra largos, lo importante que es ir bien hidratado (los 4,5 litros de líquido que hoy bebí no fueron suficientes), con los depósitos de glucógeno hasta arriba, y la ayuda extra que supone tomarse un gel o una barrita de hidratos o proteínas concentradas antes de que las fuerzas te abandonen. Lo difícil es mentalizarse para hacer esto fuera de las marchas organizadas.