Llegó el día. Después de un año de espera, llegó el día de afrontar esta ruta que tanto me ha hecho pensar. Durante el verano de 2008, con un mapa de Cantabria en mis manos, comencé a buscar recorridos de carretera que tuvieran uno o varios puertos significativos. Entre las opciones que barajé, la que me ocupa, me pareció la más interesante por su longitud y dureza, pero también por su belleza.
Un puerto de categoría especial (Portillo de la Sía, alt. 1200), otro de primera (Alisas, alt. 674) y un último de segunda (La Lunada, alt. 1320) son los obstáculos que tendré que salvar para llegar a Liérganes tras pedalear poco más de 98 kms. El desnivel conjunto de las tres ascensiones será de 2180 metros en 41,4 kms (20,6 solo en La Sía), claro que, entre una y otra, encontraré largos descensos que ayudarán a coger aire.
Para realizar esta ruta deseaba un día nublado. El sol y el calor podían ser tremendos enemigos si se aliaban para freirme en la carretera. Pero en el norte, cuando deseas nubes, sale el sol. Y así fue, amaneció una mañana espectacular ese 26 de agosto.
Mientras mi mujer me llevaba a Liérganes en coche, sentía cierta inquietud e incertidumbre. Sobre todo cuando recordaba las palabras de César, mi improvisado compañero en la subida a las Lastras hace unos días: “Cuidado con el Portillo de La Sía”. Es verdad que cuando no conoces un recorrido y te aventuras a realizarlo sin otros datos que los fríos números, puedes llevarte más de una sorpresa. Pero siempre que las ganas de aventura estén presentes, creo que cualquier cosa es posible.
En fin, esta es la típica ruta que más allá de necesitar las palabras de un relato, es de justicia callarse y compartir las imágenes que quedarán para siempre en mi retina.
9:21am. Preparado para salir. Mi mujer en el coche pensando el tipo de tarado que tiene por esposo. Y las “Tetas de Liérganes” como primeras espectadoras.
Aunque tenía bien estudiado el recorrido, improvisé este GPS para no aparecer en Palencia.
He dejado atrás Liérganes y la Cavada. Y tras salir de esta localidad comienza el Puerto de Alisas, 12,6 kms que empiezan suaves y que se van endureciendo progresivamente. Me quedaban 4 más.
Según se coge altura, el paisaje deja unas estampas tremendas. El mar al fondo. Las montañas llenas de praos verdes y ganado pastando. Se hacía difícil no echar mano de la cámara para retratar estos momentos durante la marcha.
Y para colmo esto. Se me puso la carne de gallina al contemplar este cartel.
Y justo en el corazón de una revuelta, ahí están, los tres ciclistas de hierro oxidados por las lágrimas de emoción de los que, como yo, tenemos el tremendo honor de pasar a su lado.
Primer escollo superado. A pesar de sus 12 kms, el porcentaje medio del puerto no es muy alto (4,9%), aunque se salva un desnivel que alcanza los 614 metros.
La gratitud que tienes contigo mismo cuando alcanzas una cumbre se ve refrendada con regalos visuales de este calibre.
Y el mar sigue al fondo. Desde su insignificante altitud lo contempla todo.
Felicidad. Es la palabra que más se ajusta a esos momentos. Pero el cuerpo te pide más de lo mismo y sales en busca de nuevos objetivos.
Ella también mira.
Después de la larga bajada desde el alto de Alisas, llego a Arredondo, donde salgo hacia la derecha por una carretera estrechita. Estoy en territorio “Parque Natural Collados del Asón”. Y pronto la carretera comenzará a subir ininterrumpidamente durante más de 20 kms hasta el Portillo de La Sía.
Los verdes prados van dejando paso a un paisaje Kárstico y rocoso en las cimas de los montes. Esta es una zona de Cantabria muy rica en cuevas y cavidades, que se forman gracias a la erosión que provoca el agua subterránea en estas montañas.
Las gigantescas paredes graníticas crean interminables barrancos donde las rapaces se encuentran seguras de elementos extraños no deseados.
Nacimiento del Río Asón en una cascada de más de 5o metros desde la pared de La Peña.
Primeros 10 kms superados. Estoy en el alto Collado del Asón, mitad de la subida del Portillo de La Sía. Aquí charlo con un carretero ya entrado en años que se dirigía hacia La Gándara. “Ya quisiera estar así dentro de unos años”.
La carretera que sube hasta el Collado del Asón. Al fondo del valle se encuentra Arredondo. Fascinante subida.
Aunque el calor era bastante soportable (unos 25ºC), la sombra de los árboles se agradecía sobremanera.
Entro en la provincia de Burgos en plena ascensión a La Sía. Los molinos de viento se posicionan en lo alto rompiendo un paisaje sobrecogedor. Estos elementos avanzan sin control por todo el territorio nacional. Una pena.
La carretera va quedando a mis pies. Cada pedalada, más pequeña. Y casi toco el cielo.
Y pensar que vengo de aquel paso... Vuelta a las sensaciones donde la Felicidad me invade. Subir hasta aquí para ver esto. Mil veces.
Increíble momento. Una paisana me dice -”¿Te lo has subido del tirón?”- Ante mi media sonrisa, me anima a que pose para quedar retratado para siempre -”No vaya a ser que la gente no te crea”, me insinúa mientras se ríe.
Segundo puerto superado. Han sido más de 20 kms de ascensión con un porcentaje medio del 5,3% para subir 1089 metros de desnivel. Continuamos...
Decido tomarme un respiro en Las Machorras después de otra larga y rápida bajada.
Es el momento de saborear lo pasado. Había consumido a la ruta unos 60 kms y no quería que se acabase nunca. En estos momentos no hay cansancio, solo ganas de seguir. Seguir disfrutando.
Siempre que se para cuesta reanudar la marcha. Los músculos se acomodan y duele soltarlos de nuevo. En el comienzo del Portillo de la Lunada, bajo un poco el ritmo que había llevado hasta entonces. Duele la carne. Goza la vista.
Me dirijo hacia la bola, una estación no se muy bien de qué.
La carretera es casi una pista asfaltada. Afortunadamente el tráfico es nulo. Dudo mucho que en estas estrecheces pase un coche y una bici sin que alguno de los dos caiga por el barranco.
Tercer puerto conquistado. Superados los 8,2 kms de la Lunada y sus 477 metros de desnivel al casi 6% medio. Entro en Cantabria. Esto se está acabando. Desde este punto hasta Liérganes quedan unos 30 kms sin mayores obstáculos que un descenso a todo meter de casi 10 kms, y lo que la carretera me reserve después.
Oye, que ella también se merece salir en la foto. Una campeona!
Os aseguro que por ahí no caben dos coches.
Todavía no me doy cuenta de que estoy en pleno glaciar.
La montaña me obliga a parar y contemplar su grandeza. Solo me queda gritarle a Mamá Naturaleza lo prodigioso de sus formaciones.
“El Resbaladero” y la “Casa del Rey”. Un glaciar que se cubre con un manto verde para atenuar los fríos de otras épocas.
La cámara se disparaba sola. Qué magnifico lugar esta cabecera del valle del Río Miera. Y pensar que soy el único ser humano que ahora está contemplando estas montañas.
Las alturas van dejando paso al valle. He bajado casi 1000 metros de desnivel desde el alto de La Lunada. Vuelven los pastos verdes y la vida rural.
“Adiós, montañita, adiós”.
Y a la altura de San Roque de Río Miera vuelven los collados. 18 kms me separan del final de ruta. Voy llamando a mi mujer para que deje la playa y se acerque a Liérganes a recogerme. A mí y al tarado que me domina.
Ahora solo falta que le haga esperar. Hay que darse prisa y llegar antes que ella si quiero que estos romances con la naturaleza se repitan en el futuro.
Llego a Liérganes a las 15:00 pm, y al que le toca esperar es a mí. Menos mal que en la mochila llevo medio bocadillo de chorizo que me mantiene entretenido un rato. Mientras me repongo, siento una satisfacción inigualable por haber rodado por estos rincones mágicos de Cantabria y Burgos que me llevan esperando un año entero. Gracias por seguir ahí!
Fin de la ruta. 98,28 kms y 4:34h s/c paradas (5:39h en total). Menos dura de lo esperado en su conjunto debido a los grandes descensos en los que recuperas parte del desgaste de las subidas. Y éstas son largas pero sostenidas, con porcentajes máximos del 10, 12 y 13%.
En mi cabeza ya se está pariendo una variante más larga de esta misma ruta que acabo de terminar. Se trata de añadir dos nuevos puertos (Estacas de Trueba y la Braguía) y se elimina el paso por la Lunada. Si es, será el año que viene.
τὸ νικᾶν αὐτὸν αὑτὸν πασῶν νικῶν πρώτη τε καὶ ἀρίστη
"La victoria de uno sobre sí mismo es la primera y la mejor de todas las victorias"
"La victoria de uno sobre sí mismo es la primera y la mejor de todas las victorias"
miércoles, 26 de agosto de 2009
domingo, 23 de agosto de 2009
De Cabezón de la Sal hacia el Monte Corona y la Sierra del Escudo (1ª parte de los 10.000 del Soplao)
Después de unos días de rodaje por los concejos que rodean mi cuartel general de vacaciones, llega la hora de salir a buscar mayores exigencias por los montes cántabros. Dentro de las contadas rutas que conozco, una de las programadas como seguras para este verano es la primera parte de los 10000 del Soplao. Intuía que, aún hecha en dos ocasiones, con el fragor de la carrera me había perdido la esencia de los paisajes por donde transcurre el recorrido.
Preparación.
9:20 del 23 de agosto. Parece que he escogido el día más caluroso del verano, aunque en el momento de la salida apenas contaba con 16ºC y la fresca me pone la carne de gallina hasta que logro entrar en calor. Es curioso salir de Cabezón dirección a las pistas del Monte Corona con un cielo azul intenso. En el Soplao lo normal es tener una capota gris sobre nuestros cascos y con amenaza latente de chiri-miri.
Primeras pistas al salir de Cabezón.
En la rotonda de la carretera nacional hay más de 20 integrantes del club ciclista de Cabezón, aunque ellos saldrán por la carretera hacia Ruente. Yo cojo la carretera a la izquierda, dirección Oviedo, y comienzo a subir bien pegadito al arcén, que la policia hoy no tiene cortado el tráfico. Comienzan los recuerdos de ese maravilloso último fin de semana de mayo. Hoy toca saborear el recorrido en soledad. En primer lugar: el Parque Natural de Oyambre, uno de los seis o siete espacios protegidos de Cantabria.
La pista está en perfectas condiciones. Se me hace raro ir por estos caminos sin una legión de bikers en pos de un día de gloria, donde además, los que te preceden te van marcando el recorrido. Me toca ir atento a los cruces, muy numerosos en esta zona. De hecho la primera duda seria llega en la encrucijada donde hay una torreta de vigilancia a la izquierda (primera noticia de su presencia). Afortunadamente un paisano que paseaba por allí, al verme mapa en mano, me grita -¿Te aclaras?-, a lo que le respondo de forma negativa.
Y esa torreta, quién la ha puesto ahí!
Tras las excelentes y meticulosas explicaciones del paseante, comienzo la bajada hacia la Ermita de San Esteban donde me paro a contemplar las impresionantes vistas que ofrece su mirador. Verde a derecha e izquierda, y el azul del mar al frente. Qué postal! Continúo bajando hacia Rioturbio donde la inmensidad del bosque te sobrecoge. El descenso transcurre por una pista enclaustrada por una vegetación más que frondosa. La altura de los olmos alcanza varias decenas de metros y los helechos tienen unas dimensiones sobrenaturales. Robles, hayas y todas las especies arbóreas autóctonas crecen y se desarrollan a sus anchas en este espacio de incalculable valor natural.
Puro Parque Natural de Oyambre.
Así se entra en Rioturbio, con una medio sonrisa y una cara de bobo que no se aguanta. De aquí, continúo por las estribaciones del Monte Corona por una pista que comienza a subir y se mantiene con uno de los porcentajes medios más duros de todo el Soplao, aunque su longitud no alcanza los 2 o 3 kms. Me esfuerzo en mantener el plato medio para subir a 9-10 km/h. Empiezo a sudar como una catarata. La temperatura ya presentaba credenciales mas allá de los 20 grados y la humedad dentro del bosque disparaba la sensación de calor. En este tramo es donde coincidí con Noe en el último Soplao para ir casi a la par hasta el final, y donde comenzaron mis batallas con el barro y la cadena. Aquí dije “Adiós, Feria, adiós”.
Deleite total entre la flora autóctona y una escavadora trípode.
Encrucijada y final de la subida. Nueva duda. Me paro, saco el mapa y aprovecho para comerme un plátano. Descansado cojo la pista en bajada que me deja en Caviedes, primer punto de avituallamiento de los 10000 del Soplao. Paso por debajo de la autovía y cojo la carretera local hacia Roiz y La Cocina, punto crítico de la ruta ya que es el inicio de la subida de las Lastras.
Un km al infierno.
Tras un error de orientación (la falta de público y el día soleado cambian por completo el paisaje) decido parar a un ciclista que pasaba por allí para preguntarle. El biker me pregunta hacia donde voy y decide acompañarme. Lo que en mayo es una tortura de barro, en agosto es una subida dura pero seca y accesible; si en mayo los mortales tenemos que descabalgar a mitad de trialera, en agosto se sube del tirón sin ningún problema; si en mayo el público convierte la ascensión en un pasillo para las bicis, en agosto la soledad es tu única compañía... La soledad y mi improvisado compañero con el que voy charlando de esas cosas de las que se suele hablar: rutas, el Soplao, la Pedals, las marchas norteñas, que si me acabo de comprar una bici de carretera... Qué gran encuentro, César.
Una vez que terminamos con los 250 metros de desnivel de las Lastras y ya más tranquilo en el tema de la orientación -César es un gran conocedor de toda esta zona, de hecho su profesión tiene el desarrollo de la región Saja-Nansa como uno de sus objetivos-, continuamos hacia La Florida y la subida al Soplao. No se ni la hora que es. Tampoco importa. Las vistas en este momento son esplendorosas. César me señala San Vicente de la Barquera y la fila infinita de coches concentrados para entrar a las playas de los alrededores. Y nosotros aquí, a 400 metros por encima de los veraneantes, con unas vistas de toda la Sierra del Escudo de Cabuérniga que hacen imposible no sacar la cámara de fotos.
Subiendo a La Florida.
En el transcurso de nuestro avance tranquilo, mi compañero me cuenta que hay un proyecto en Cantabria promovido por el CC de Cabezón de la Sal para la creación de los 1.000 de Cantabria (creo que este era el nombre). Se trata de la vuelta a Cantabria en siete etapas y mil kilómetros de distancia. Una especie de transpirenaica super-organizada donde uno podrá apuntarse a una, varias etapas o el recorrido completo. Mientras me lo contaba se me ponían los pelos como escarpias. Y sé de alguno/a que deseará con todas sus fuerzas que el proyecto fructifique cuanto antes para reservar dorsal. Yo, desde luego. “¡Que tengan mucha suerte!”.
El turisteo de las Cuevas del Soplao.
Impresionantes vistas y otra escavadora.
Llegamos al alto del Soplao, segundo avituallamiento de la marcha. Aquí decidimos hacer un alto y continuar charlando de esto o aquello. Barrita, fotos, y nos ponemos en marcha. Para llegar a este pueblo tenemos que bajar el punto crítico de los 10000 del Soplao, la trialera que baja hasta Celis, de unos dos kms, y que en mayo está mucho más peligrosa por el barrillo y las rocas deslizantes. Aquí siempre hay caídas y todos los años alguien termina la carrera en este punto. La verdad es que aun con el piso firme se hace largo este descenso donde la tensión te deja manos y antebrazos para pocos cuentos más. Bajamos juntos, tranquilos y sin arriesgar nada (sera que los que pasamos de las 40 primaveras nos volvemos más conservadores en estas situaciones jeje).
César y su pepino.
En Celis, César me guía a una fuente, que yo desconocía, para reponer agua. Aquí nos separamos. Serán sobre las 12:30 p.m. y mi compañero pone proa a su hogar para atender las obligaciones familiares que hoy yo he abandonado por completo. Ha sido un placer y, por lo que me cuentas, volveremos a coincidir. Suerte en tu faceta carretera.
Para mí solito quedan unos 25 kms más el postre de la ruta: la ascensión al collado Monte Aa. Aunque de momento toca rodar por carretera hacia Puentenansa y por pista hasta Carmona. Entre estas dos poblaciones, con el calor ya apretando, me como medio bocadillo de chorizo ibérico que me da nueva vida. Salgo de Carmona y, de nuevo, la carretera CA-182 me acerca hasta el inicio de la subida a Monte Aa. Este será mi plato infierno para el día de hoy. Al principio, siempre con el platillo, me reservo un par o tres piñones que pronto echaré en falta. El calor ya no aprieta, asfixia. No sopla ni una brizna de aire. El porcentaje ya supera el 20%. La barbilla en el manillar. Y la babilla también. Pienso en bajarme, pero no. Si lo subí en mayo sin problema, lo subo ahora, aunque sea con 20 grados más. Cada sombra es un respiro y el poco agua que me queda me lo tiro a la nuca. Cuando la pendiente se suaviza al 15% veo el cielo. Qué horror! Hoy se me ha atragantado esta subida de lo lindo. Llego arriba, la pendiente ya es muy suave, bajo un par de piñones y … “¿Dónde vas?”, me dicen las piernas. “Sube esos piñones otra vez y no te ilusiones”, me recuerdan desconsoladas.
Subida al Collado de Monte Aa con Carmona al fondo.
Afortunadamente la cumbre siempre llega y, normalmente, ofrece grandes recompensas en forma de vistas y panorámicas. En esta ocasión, a mi izquierda puedo contemplar parte de la Sierra del Escudo con Carmona bajo mis pies. Decenas de praos de verde intenso, con las vacas pastando y los ganaderos trabajando las tierras con sus maquinarias completan una postal increíble.
Sudoración extrema en Monte Aa.
Lo que queda de ruta se traduce en una larga bajada hasta la carretera por una pista en buenas condiciones donde la bici roza los 60 km/h. Hay que tener cuidado con los giros en horquilla porque hacer un recto es estamparse contra un árbol. Cuando el descenso toca a su fin, comienzo a detectar las inconfundibles sensaciones de bandazos traseros que provocan los pinchazos. Maldigo unas cuantas veces y me resigno. Intento avanzar metros sin sentarme en el sillín, pero la rueda ya está casi en el suelo. Paro e inicio la reparación, que se alarga más allá de la cuenta por la negativa de la rueda trasera a salir de su anclaje. Una vez montada la nueva cámara e hinchada con una bombona de aire comprimido, oigo como sale aire por algún sitio. “Cojonudo, y no tengo ni bomba, ni más bombonas, ni nada de nada”. Solo me queda poner la rueda en su sitio, recoger a toda leche y poner pies en polvorosa para que el fatal desenlace me coja lo más cerca posible de la carretera.
No se si fue mi ángel de la guarda o la Providencia quien actuó, pero el caso es que tras un pedalear desaforado para ir ganando metros, conseguí llegar a la carretera primero y a Cabezón de la Sal después con la rueda intacta y una cara de susto tremenda por la pateada de la que me acababa de salvar. “Nunca más sin bomba”.
Y colorín colorado, la 1ª parte de los 10000 del Soplao terminó con una mirada más veraniega y pausada. Sin lluvia, sin barro, sin público, sin serpiente multicolor... Pero igualmente reconfortante. Poder percibir el resultado de tantos meses de finas lluvias e intensas nieblas en estos bosques y montes no tiene parangón.
Aunque no se si con el calor de hoy sería posible realizar la carrera entera, espero no tener que comprobarlo nunca.
Recorrido: Cabezón de la Sal-Rioturbio-Caviedes-La Cocina-Las Lastras-La Florida-El Soplao-Celis-Puentenansa-Carmona-Monte Aa-Ruente-Cabezón de la Sal.
70,08 kms
3:47h s/c paradas
5:08h total ruta.
1800 m. de desnivel acumulado
Preparación.
9:20 del 23 de agosto. Parece que he escogido el día más caluroso del verano, aunque en el momento de la salida apenas contaba con 16ºC y la fresca me pone la carne de gallina hasta que logro entrar en calor. Es curioso salir de Cabezón dirección a las pistas del Monte Corona con un cielo azul intenso. En el Soplao lo normal es tener una capota gris sobre nuestros cascos y con amenaza latente de chiri-miri.
Primeras pistas al salir de Cabezón.
En la rotonda de la carretera nacional hay más de 20 integrantes del club ciclista de Cabezón, aunque ellos saldrán por la carretera hacia Ruente. Yo cojo la carretera a la izquierda, dirección Oviedo, y comienzo a subir bien pegadito al arcén, que la policia hoy no tiene cortado el tráfico. Comienzan los recuerdos de ese maravilloso último fin de semana de mayo. Hoy toca saborear el recorrido en soledad. En primer lugar: el Parque Natural de Oyambre, uno de los seis o siete espacios protegidos de Cantabria.
La pista está en perfectas condiciones. Se me hace raro ir por estos caminos sin una legión de bikers en pos de un día de gloria, donde además, los que te preceden te van marcando el recorrido. Me toca ir atento a los cruces, muy numerosos en esta zona. De hecho la primera duda seria llega en la encrucijada donde hay una torreta de vigilancia a la izquierda (primera noticia de su presencia). Afortunadamente un paisano que paseaba por allí, al verme mapa en mano, me grita -¿Te aclaras?-, a lo que le respondo de forma negativa.
Y esa torreta, quién la ha puesto ahí!
Tras las excelentes y meticulosas explicaciones del paseante, comienzo la bajada hacia la Ermita de San Esteban donde me paro a contemplar las impresionantes vistas que ofrece su mirador. Verde a derecha e izquierda, y el azul del mar al frente. Qué postal! Continúo bajando hacia Rioturbio donde la inmensidad del bosque te sobrecoge. El descenso transcurre por una pista enclaustrada por una vegetación más que frondosa. La altura de los olmos alcanza varias decenas de metros y los helechos tienen unas dimensiones sobrenaturales. Robles, hayas y todas las especies arbóreas autóctonas crecen y se desarrollan a sus anchas en este espacio de incalculable valor natural.
Puro Parque Natural de Oyambre.
Así se entra en Rioturbio, con una medio sonrisa y una cara de bobo que no se aguanta. De aquí, continúo por las estribaciones del Monte Corona por una pista que comienza a subir y se mantiene con uno de los porcentajes medios más duros de todo el Soplao, aunque su longitud no alcanza los 2 o 3 kms. Me esfuerzo en mantener el plato medio para subir a 9-10 km/h. Empiezo a sudar como una catarata. La temperatura ya presentaba credenciales mas allá de los 20 grados y la humedad dentro del bosque disparaba la sensación de calor. En este tramo es donde coincidí con Noe en el último Soplao para ir casi a la par hasta el final, y donde comenzaron mis batallas con el barro y la cadena. Aquí dije “Adiós, Feria, adiós”.
Deleite total entre la flora autóctona y una escavadora trípode.
Encrucijada y final de la subida. Nueva duda. Me paro, saco el mapa y aprovecho para comerme un plátano. Descansado cojo la pista en bajada que me deja en Caviedes, primer punto de avituallamiento de los 10000 del Soplao. Paso por debajo de la autovía y cojo la carretera local hacia Roiz y La Cocina, punto crítico de la ruta ya que es el inicio de la subida de las Lastras.
Un km al infierno.
Tras un error de orientación (la falta de público y el día soleado cambian por completo el paisaje) decido parar a un ciclista que pasaba por allí para preguntarle. El biker me pregunta hacia donde voy y decide acompañarme. Lo que en mayo es una tortura de barro, en agosto es una subida dura pero seca y accesible; si en mayo los mortales tenemos que descabalgar a mitad de trialera, en agosto se sube del tirón sin ningún problema; si en mayo el público convierte la ascensión en un pasillo para las bicis, en agosto la soledad es tu única compañía... La soledad y mi improvisado compañero con el que voy charlando de esas cosas de las que se suele hablar: rutas, el Soplao, la Pedals, las marchas norteñas, que si me acabo de comprar una bici de carretera... Qué gran encuentro, César.
Una vez que terminamos con los 250 metros de desnivel de las Lastras y ya más tranquilo en el tema de la orientación -César es un gran conocedor de toda esta zona, de hecho su profesión tiene el desarrollo de la región Saja-Nansa como uno de sus objetivos-, continuamos hacia La Florida y la subida al Soplao. No se ni la hora que es. Tampoco importa. Las vistas en este momento son esplendorosas. César me señala San Vicente de la Barquera y la fila infinita de coches concentrados para entrar a las playas de los alrededores. Y nosotros aquí, a 400 metros por encima de los veraneantes, con unas vistas de toda la Sierra del Escudo de Cabuérniga que hacen imposible no sacar la cámara de fotos.
Subiendo a La Florida.
En el transcurso de nuestro avance tranquilo, mi compañero me cuenta que hay un proyecto en Cantabria promovido por el CC de Cabezón de la Sal para la creación de los 1.000 de Cantabria (creo que este era el nombre). Se trata de la vuelta a Cantabria en siete etapas y mil kilómetros de distancia. Una especie de transpirenaica super-organizada donde uno podrá apuntarse a una, varias etapas o el recorrido completo. Mientras me lo contaba se me ponían los pelos como escarpias. Y sé de alguno/a que deseará con todas sus fuerzas que el proyecto fructifique cuanto antes para reservar dorsal. Yo, desde luego. “¡Que tengan mucha suerte!”.
El turisteo de las Cuevas del Soplao.
Impresionantes vistas y otra escavadora.
Llegamos al alto del Soplao, segundo avituallamiento de la marcha. Aquí decidimos hacer un alto y continuar charlando de esto o aquello. Barrita, fotos, y nos ponemos en marcha. Para llegar a este pueblo tenemos que bajar el punto crítico de los 10000 del Soplao, la trialera que baja hasta Celis, de unos dos kms, y que en mayo está mucho más peligrosa por el barrillo y las rocas deslizantes. Aquí siempre hay caídas y todos los años alguien termina la carrera en este punto. La verdad es que aun con el piso firme se hace largo este descenso donde la tensión te deja manos y antebrazos para pocos cuentos más. Bajamos juntos, tranquilos y sin arriesgar nada (sera que los que pasamos de las 40 primaveras nos volvemos más conservadores en estas situaciones jeje).
César y su pepino.
En Celis, César me guía a una fuente, que yo desconocía, para reponer agua. Aquí nos separamos. Serán sobre las 12:30 p.m. y mi compañero pone proa a su hogar para atender las obligaciones familiares que hoy yo he abandonado por completo. Ha sido un placer y, por lo que me cuentas, volveremos a coincidir. Suerte en tu faceta carretera.
Para mí solito quedan unos 25 kms más el postre de la ruta: la ascensión al collado Monte Aa. Aunque de momento toca rodar por carretera hacia Puentenansa y por pista hasta Carmona. Entre estas dos poblaciones, con el calor ya apretando, me como medio bocadillo de chorizo ibérico que me da nueva vida. Salgo de Carmona y, de nuevo, la carretera CA-182 me acerca hasta el inicio de la subida a Monte Aa. Este será mi plato infierno para el día de hoy. Al principio, siempre con el platillo, me reservo un par o tres piñones que pronto echaré en falta. El calor ya no aprieta, asfixia. No sopla ni una brizna de aire. El porcentaje ya supera el 20%. La barbilla en el manillar. Y la babilla también. Pienso en bajarme, pero no. Si lo subí en mayo sin problema, lo subo ahora, aunque sea con 20 grados más. Cada sombra es un respiro y el poco agua que me queda me lo tiro a la nuca. Cuando la pendiente se suaviza al 15% veo el cielo. Qué horror! Hoy se me ha atragantado esta subida de lo lindo. Llego arriba, la pendiente ya es muy suave, bajo un par de piñones y … “¿Dónde vas?”, me dicen las piernas. “Sube esos piñones otra vez y no te ilusiones”, me recuerdan desconsoladas.
Subida al Collado de Monte Aa con Carmona al fondo.
Afortunadamente la cumbre siempre llega y, normalmente, ofrece grandes recompensas en forma de vistas y panorámicas. En esta ocasión, a mi izquierda puedo contemplar parte de la Sierra del Escudo con Carmona bajo mis pies. Decenas de praos de verde intenso, con las vacas pastando y los ganaderos trabajando las tierras con sus maquinarias completan una postal increíble.
Sudoración extrema en Monte Aa.
Lo que queda de ruta se traduce en una larga bajada hasta la carretera por una pista en buenas condiciones donde la bici roza los 60 km/h. Hay que tener cuidado con los giros en horquilla porque hacer un recto es estamparse contra un árbol. Cuando el descenso toca a su fin, comienzo a detectar las inconfundibles sensaciones de bandazos traseros que provocan los pinchazos. Maldigo unas cuantas veces y me resigno. Intento avanzar metros sin sentarme en el sillín, pero la rueda ya está casi en el suelo. Paro e inicio la reparación, que se alarga más allá de la cuenta por la negativa de la rueda trasera a salir de su anclaje. Una vez montada la nueva cámara e hinchada con una bombona de aire comprimido, oigo como sale aire por algún sitio. “Cojonudo, y no tengo ni bomba, ni más bombonas, ni nada de nada”. Solo me queda poner la rueda en su sitio, recoger a toda leche y poner pies en polvorosa para que el fatal desenlace me coja lo más cerca posible de la carretera.
No se si fue mi ángel de la guarda o la Providencia quien actuó, pero el caso es que tras un pedalear desaforado para ir ganando metros, conseguí llegar a la carretera primero y a Cabezón de la Sal después con la rueda intacta y una cara de susto tremenda por la pateada de la que me acababa de salvar. “Nunca más sin bomba”.
Y colorín colorado, la 1ª parte de los 10000 del Soplao terminó con una mirada más veraniega y pausada. Sin lluvia, sin barro, sin público, sin serpiente multicolor... Pero igualmente reconfortante. Poder percibir el resultado de tantos meses de finas lluvias e intensas nieblas en estos bosques y montes no tiene parangón.
Aunque no se si con el calor de hoy sería posible realizar la carrera entera, espero no tener que comprobarlo nunca.
Recorrido: Cabezón de la Sal-Rioturbio-Caviedes-La Cocina-Las Lastras-La Florida-El Soplao-Celis-Puentenansa-Carmona-Monte Aa-Ruente-Cabezón de la Sal.
70,08 kms
3:47h s/c paradas
5:08h total ruta.
1800 m. de desnivel acumulado
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