Finalmente no fue el día 25, fue en “siguientes”. Y menos mal que fui solo porque el tal noruego no era un hombre, era una mujer. Y compartir con algún compañero semejante rubia no me hubiera sabido bien, la vedad. Además, esta noruega me invitó a conocer a una amiga suya, es segoviana y vive en Pasapán. Se llama Mari no se qué. Así, ahora recuerdo: Mari Chiva. Pero después del tute endemoniado que me dio la noruega, no estaba ya para ninguna otra faena. Quizás otro día.
Sólo deciros que la noruega merece la pena toda ella, cada curva, cada subida y cada bajada. Desde los altos montes de su cuerpo se divisaban hacia el sur los bosques del final de la Loma, al norte, su bellísimo rostro al que daban una especial gracia una diadema con dos grandes antenas blancas y rojas; el brazo derecho elevaba pistas hasta sus finos dedos desnudas de gentío esquiando; y el izquierdo se perdía en el valle de Valsaín y alcanzaba hasta la Granja de San Ildefonso con absoluta nitidez.
En ocasiones arisca, la noruega se rebeló al comienzo de nuestro encuentro con bruscos movimientos, así, mi deslizar camino de sus extremidades inferiores provocaba peligrosos saltos en mis roces sinuosos que, en ocasiones, me hacían descabalgar del lecho. Finalmente, mi tenacidad consiguió domesticar al animal que lleva dentro esta escandinava, y conseguir, durante casi una hora, un romance inigualable que espero haya causado mella en esta mujer.
Respecto a la temperatura de la habitación donde se produjo el encuentro, he de decir que, aunque ayudó el momento y la excitación, era perfecta, el sol entraba por las ventanas iluminando cada recodo, y el aire acondicionado no se notaba en absoluto. Y por poner un pero a tanta perfección, solo aconsejar a la dirección del hotel que no vuelvan a dejarse cubitos de hielo picado esparcido por el suelo, que aunque eran pocos, podríamos habernos resbalado con cualquiera de ellos.
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