Sábado, 17 de mayo de 2008.-
Queda una semana para los 10.000 del Soplao, una de las marchas de MTB más duras a las que pueda enfrentarse un ciclista en un solo día. Se trata de superar 165 kms con 4.300 de desnivel positivo. Ninguno de los que nos hemos inscrito en esta locura conoce, ni de lejos, tamaña exposición a los límites de lo imposible. Va a ser, sin duda, el mayor reto físico afrontado por cualquiera de nosotros.
Por esta razón, quisimos preparar una ruta semejante, no en longitud, pero si en dureza, para llegar a la prueba sabiendo mejor lo que nos espera. Para ello juntamos dos rutas de la Sierra de Madrid de carácter “duritas”. Ámbas con desniveles positivos en torno a los 1700 metros y kilometrajes cercanos a los 60. Un dos en una. La conexión entre ámbas rutas se realiza en un punto (La Fuente de la Reina), km. 15 de una de ellas (inicio de la ruta al Pasapán) y el 40 de la otra (casi el final de la ruta de la Loma del Noruego).
8.30 am. Cercedilla. Tres coches llegan casi al unísono. Sus conductores (Edu, Jose y Pablo) se bajan con un grado de emoción más alto del habitual. No hay saludo con choque de manos. Nos enfundamos directamente en un abrazo, conscientes de que solo el hecho de estar allí ya nos confiere un cierto mérito.
La meteorología ha abierto sus inclaudicables condiciones y ha dibujado en el cielo unas nubes blancas de cuento infantil que nos dan una cierta tranquilidad. La temperatura para la hora del día y el lugar no está mal, 8ºC. Todo dispuesto.
8:46 am. Comienza la subida por la carretera hacia la pista dirección Alto de la Fuenfría. Por primera vez se completa esta subida de 13 kms y 600 m de desnivel con un ritmo pausado, dialogante, sin excesos. Un hormigueo cerebral no permitía soltar las piernas. La ignorancia sobre la respuesta física que tendríamos cuando la jornada ya estuviera bien avanzada invitaba a ser muy cauto. El alto de la Fuenfría había cambiado su paisanaje habitual de senderistas por un rebaño de vacas que saludan con sus vaivenes de cabeza.
A las 10.00 am y sin pausa, los tres bikers dejamos atrás el alto de la Fuenfría para adentrarse en el Camino Smith, que nos llevará en cinco kms al Alto de Navacerrada. El Smith es un sendero muy técnico por la cantidad de raices, piedras y desniveles que uno se encuentra en el camino, pero tiene un plus por el entorno. Es un paraje inigualable donde la vegetación, los árboles de troncos delgados y altura infinita y el musgo de las grandes rocas proyecta al pasajero a la película Excalibur.
En unos 35 minutos, el bosque se abre para dejar paso a la pista de esquí de Navacerrada, y un poco más abajo a la carretera que viene de la Granja y baja al pueblo de Navacerrada. Una vez cruzada la carretera, nos dirigimos al segundo puerto del día, la ascensión a la Bola del Mundo, punto ciclable más alto de la Comunidad de Madrid. Se trata de una subida de 3,4 kms donde hay que superar un desnivel de 400 metros para situarse a 2.260 m. La pista de subida es de hormigón por lo que la tracción no es un inconveniente. Si lo son sus rampas, todas ellas entre el 10 y el 20%. Pero en media hora estamos los tres arriba y bajo las majestuosas antenas rojas y blancas.
Toca descansar. Unas barritas y se deslizan los primeros comentarios serios de las sensaciones. El tiempo amenaza pero parece que retiene su furia de días pasados. La temperatura y un aire molesto nos invitan a salir de allí tras los retratos de rigor. Nos dirigimos a Cotos por la técnica bajada de la Loma del Noruego, un pedregal los tres solventamos sin mayores dificultades (aún con susto incluído de Jose). La parte final se suaviza bastante y nos anima a evolucionar la velocidad de bajada.
Tras salir a Cotos de entre los pinos ante las miradas atónitas de los paseantes y senderistas, cruzamos la carretera y sin pausa nos dirigimos hacia el Camino antiguo del Paular, impresionante descenso hasta el Puente de la Cantina por el cual solemos penar más de lo habitual cuando lo cogemos en sentido contrario. Aquí pronto perdemos de vista a Edu, quien parece que baja esquinado sobre su montura. Aunque hay variantes en este descenso y todas ellas muy emocionantes, elegimos la bajada natural por el cauce del río y la parte final por el tubo que practicamente te escupe a las Siete Revueltas.
En este punto, enganchamos con el GR10 y, por asfalto, toca eliminar un buen desnivel hasta la Fuente de la Reina. Aquí cada uno pedalea a su ritmo porque las fuerzas comienzan a estar en reserva. Como no podría ser de otra forma, Jose se distancia de nosotros dos, y luego es Edu el que me deja a mí. Es una subida a la que tengo cierta manía y que no termino de hacer cómodo nunca. Pero afortunadamente, y después de unos 40 minutos, toca a su fin.
Ahora el cuerpo pide a gritos un descanso con algo de alimentación y buena bebida; llevamos alrededor de 40 kms y aunque nos hemos quitado partes muy duras, queda un plato fuerte muy destacable: Pasapán.
El descenso hasta la Cruz de la Gallega y el posterior hasta el Caserío de Santillana se hace muy divertido. Pistas, senderos y alguna trialerilla suave nos ayudan a soltar adrenalina después de grandes momentos de esfuerzo y sufrimiento.
Aquí, en el lado segoviano de la sierra, el cielo nos saluda con bondad. Nos abre grandes claros y mantiene esas nubes de inclinación vertical propias de los cuentos infantiles más clásicos. Me adelanto para retratar a mis compañeros en marcha porque el entorno lo merece.
A la altura de la pradera donde se almacenan miles de árboles cortados cerca de Valsaín intuímos, unas decenas de metros más abajo, compañía ciclista que se dirige a las trialeras y senderos previos a las ruinas del Caserío de Santillana. Aquí nos salen los demonios que llevamos dentro, ya sin miedo al cansancio -porque tienes domesticado el cuerpo-, emprendemos una caza sin cuartel con el objetivo de llegar antes que todos ellos al mencionado lugar. Poco a poco vamos superando bikers en las bajadas, a este se le avisa, a este otro se le grita, aquel oye un zumbido por detrás y se aparta… pero hay uno destacado que nos ha visto y baja rápido, muy rápido. “Ese y no otro es el objetivo”, pienso… Parece una película de indios persiguiendo a vaqueros. No me dan las piernas para dar pedales bajando y, torsionando la bici más de lo recomendable, comienzo a ganar terreno a mi “presa”. Mis dos compañeros me siguen. El portón que da paso a la Cañada Soriana se acerca y, finalmente, cuando el sendero se estrecha y el piso es uniforme, paso a mi “amigo ciclista”, para llegar a la supuesta meta 3 segundos antes que él. En ese momento la satisfacción por llegar primero no existe; lo que te lleva al acto en si, es la emoción de enfrascarte en una bajada suicida y en superarte a ti mismo. En fin, creo que mis compañeros entienden a lo que me refiero.
Superado estos momentos de estrés ciclista positivo, cogemos la vereda que nos llevará durante un buen rato por la Cañada Real Soriana Occidental que, además, atraviesa varios ranchos. Esto supone ir abriendo y cerrando unos cuantos portones para que el ganado no se mezcle. El terreno, primero sobre pista cómoda hasta el Embalse de Revenga, se vuelve complicado desde este punto. Primero con una inmensa rampa de no más de 200 metros pero con un 25% de desnivel; y luego con un prado verde atraparuedas y viscoso por la cantidad de agua de lluvia retenida que hace difícil el pedalear con fluidez fuera del plato pequeño. Y todo esto sin perder de vista los cientos de cornamentas afiladas que vigilan nuestro paso… Un impulso de cualquiera de ellas y estamos perdidos.
Justo antes de la verja que separa la Cañada con la entrada de la pista que sube a Pasapán hay una fuente que nos invita a tumbarnos y disfrutar de un descanso merecido. En este punto llevaremos cerca de 60 kms y unos 1800 de desnivel acumulado. Todavía queda.
Comenzamos la subida al coloso. Sabemos que son 9 kms con buenas rampas y casi 700 de desnivel. La puesta en marcha es suave. Los tres vamos justos, aunque por diferentes razones. Unos por lo físico, otros por lo psíquico, y alguno por un dolor insoportable en el culo. Claro que solo se le ocurre al cordobés llevarse unas mallas sin badana para hacer callo para el Soplao. Hay!
Suavemente vamos ascendiendo primero entre pinares y a media subida entre rocas y vegetación baja. Edu decide tomarselo muy en calma para evitar al hombre del mazo. Jose y yo vamos tirando, pero sin excesos. A unos tres kms del final decidimos esperar a Edu, ya que no se le adivinaba pista abajo, y en un portón nos tumbamos mirando al cielo y exportando tensiones. “Esto es demasiado”, pensamos. Y no llevamos ni 70 kms. Dentro de una semana nos quedarán 100 kms más. Imposible.
Reunidos los tres continuamos hacia la cima a la que llegamos unos diez minutos mas tarde. Allí, y detrás de la valla de piedras, nos recostamos a relinchar y a hacer cuentas. No sale ninguna. Si el Soplao es como dicen que es, no podremos terminarlo. Bien es cierto que en la ruta que nos ocupaba no habia avituallamientos, íbamos justos de agua y salvo Edu, que llevaba su cuerpo lleno de plátanos, Jose y Pablo se habían alimentado de barritas de cereales durante las últimas seis horas. En Pasapán compartimos los últimos víveres, reparto de agua, frutos secos y barritas. Una de ellas, de gelatina, nos dio fuerzas extra para continuar el camino.
Salimos de Pasapán dirección el Embalse del Espinar por una pista que después de bajar unos metros continuó a media ladera hasta una arrastradera con una pendiente de más del 30% y demasiadas piedras. Alguna otra vez que pasamos por este mismo lugar, la empinada rampa estaba en mejores condiciones, menos piedras y más tierra. Aún así, bajar este monstruo montado en la bici es todo un reto, y llegar abajo, un logro.
Continuamos hacia la izquierda por la pista y en pocos minutos y tras un descenso de los que hacen afición, nos encontramos bordeando el embalse. Y de aquí a Marichiva hay un paso. Subir este collado y sus 200 metros de desnivel era el último trago del día, así que sin más dilación tiramos para arriba. El camino es ancho pero con bastantes piedras y una pendiente cerca del 20%. Consigo llegar arriba montado, gracias a la gelatina de Jose, creo. Ya en lo alto del collado y con la satisfacción de tener la aventura casi terminada, tan solo quedaba debatir qué descenso a Cercedilla elegíamos: la pista para alargar y redondear los kms hasta los 90; la trialera del mirador Vicente Aleixandre, muy exigente y técnica; o, el descenso que se inicia frente al portón de Marichiva, pedregoso en su primera parte, pero excitante en su final.
Decidimos coger la tercera alternativa. La más disfrutona. Madre mía que bajada, que gozada, rozando los pinos una y otra vez, por senderos muy rápidos donde tan solo la pendiente y algunas raíces exigían un extra de atención. La bajada terminaba y llegamos a las Dehesas, donde el asfalto nos escupe hasta los coches a casi 80 kms/h.
19:23 pm. Al final el cuenta decía que esta locura de juntar dos rutas en una supuso meterse 85 kms y 2800 de desnivel acumulado en 7h23 de pedaleo, pero en 10:37 de tiempo total.
Antológica ruta, como antológicos fueron los megabocadillos que nos metimos en Guadarrama.
Un verdadero placer compañeros!!!!
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